Saint-Exupéry (catorce)



CATORCE


A medida que el automóvil en el que viajábamos avanzaba por la autopista la oscuridad parecía envolvernos con más fuerza. Solo al salir de las luces de la ciudad y entrar en el descampado se podía observar el mar a la derecha y cómo la luna reflejaba penosamente sobre él. La-chica-de-los-piercings manejaba con agilidad y destreza, en un mutismo inusual para ella según yo recordaba.

A la media hora de viaje, ya en plena ruta, ella miró hacia el mar y entonces me dirigió la palabra.

- ¿Sorprendido?
- Pues no es para menos –respondí.- ¿Acaso tú no lo estarías?
- Supongo que sí. Aunque las sorpresas me encantan. No las analizo en demasía, tan solo las acepto tal cual se presentan ante mí.

El viento que entraba por las ventanillas del automóvil era cálido y con olor a mar. Saqué un poco la cabeza y dejé que el viento me diera de lleno. Apenas podía respirar, pero era tan placentero que dejé que aquella sensación siguiera por un rato mientras mantenía mis ojos cerrados.

- Dime, ¿por qué Colombia? –preguntó la chica.
- No, mejor dime tú qué haces aquí y cómo sabías que yo vendría justo esta noche y en ese aeropuerto.
- La respuesta es fácil –respondió.- Vivo en Colombia hace tres meses. Integro un grupo de ecologistas que trabajan en áreas selváticas en busca de especímenes de plantas en punto de extinción. Es un trabajo encantador. Me fascina. Cada tanto tenemos que recoger a algún compañero ecologista que llega al aeropuerto, pero esta noche me ha tocado llevar uno de regreso y al estar allí he visto que procedía un vuelo desde Argentina. Y ahora viene lo más especial de todo: cuando leí lo del vuelo tuve una rara sensación, como si algo en mi interior me dijese que debía quedarme, que algo sucedería. Y así fue…
- Claro, en ese vuelo desde Argentina venía yo…
- Así es… ¿ves?, la vida tiene esas cosas tan extrañas…

Volví a meter la cabeza dentro del automóvil y me concentré en la ruta.

- ¿Me puedes decir adónde vamos?, tengo un hotel que me espera con una habitación.
- No importa, después te llevaré al hotel si quieres. Pero quiero que antes veas algo.
- ¿Qué es? –pregunté confundido.
- Ten paciencia, ya casi llegamos…

Al cabo de quince minutos llegamos a un desvío que accedía a la ruta desde el mar. La chica fue aminorando la velocidad y entró en él. Avanzamos unos trescientos metros aproximadamente en dirección perpendicular al mar. Finalmente llegamos a la costa.

Un mar inconmensurable se podía divisar desde allí. Todo era de un color azul con tonalidades más y menos claras. La luna, ahora alumbrado con mayor vigor, dejaba reposar sobre la quietud del mar su luz.

- Ven, baja –dijo la chica y corrió descalza hacia la orilla del mar.

Me descalcé y corrí tras ella.

Me pareció estar viviendo un sueño, de esos que pueden parecer cursis o sacados de novelas, en donde una pareja camina descalza por la costa del mar y se miran con ojos de enamorados y tal vez se besen o hagan el amor en la arena. Aquello, totalmente impensado, de repente había surgido y me mantenía atónito, casi inexpresivo.

- ¿No es maravilloso? –dijo la-chica-de-los-piercings mientras contemplaba el mar.
- Lo es. Sí, es maravilloso.

Podía observar desde aquel punto toda la costa a lo largo. Tal vez unos seis o siete kilómetros hacia mi derecha y otro tanto a mi izquierda. Solo una saliente de rocas entraba hacia el mar a unos cincuenta metros de nosotros y las olas, al tocar contra ella, salpicaban suavemente las rocas.

- Suelo venir aquí casi a diario. Desde que llegué a Colombia me ha fascinado este lugar. Hay días que termino muerta de cansancio y aun así me subo al automóvil y vengo tranquila por la ruta a tirarme un rato en la arena a ver las estrellas y la luna. El mar me da tranquilidad. Es una paz que no tiene precio, algo así como una conexión íntima entre mi interior y esa oscuridad que se muestra en el horizonte.
- Sí, es algo impresionante.
- Lo es. Cuando estás un rato y te quedas en silencio escuchando los sonidos que aquí se producen sientes que el mundo es pequeño, que tal vez puede entrar en la palma de tú mano y que de ese modo puedes recorrerlo completamente. Así, como si fuera un diminuto mapamundi por el cual puedes aventurarte.
- Es increíble cómo logras abstraerte y vivenciar todo esto –dije- No todas las personas logran eso.
- No me es difícil, en absoluto, trato de relajarme, de conectarme naturalmente con la naturaleza y tan solo me dejo llevar.

Caminamos por la playa un buen rato. Cada tanto el oleaje llegaba a la costa trayendo espuma que tocaba nuestros pies. Me había olvidado por completo del hotel, del vuelo, de todo; y lo más increíble era que no sentía el más mínimo cansancio, todo lo contrario, me sentía pleno y con una felicidad enorme de estar en aquel sitio.

Al cabo de un largo rato volvimos al automóvil y salimos a la ruta.

- ¿En qué hotel te alojas? –preguntó.
- Hotel “El Delfín” –respondí- ¿Lo has sentido nombrar?
- Sí, es uno antiguo pero muy bonito. Está camino a la costa, saliendo un poco de la ciudad. Algunas veces colegas míos vienen a parar allí. En mi grupo no somos todos voluntarios, también hay ingenieros, biólogos, microbiólogos, y otras profesiones más que sirven en conjunto a nuestro trabajo y son pagos por los distintos gobiernos. A mí me dan una paga escasa a pesar de ser voluntaria. No obstante yo amo hacer esto. Siento que nací para esto, ¿entiendes?
- Claro… es como aquel que ama escribir y lo hace a cualquier hora sin importarle nada, o el que ama tocar música y tararea canciones o se desvive por tomar un instrumento para producirla. Hay muchos placeres en la vida, y si ese placer está en nuestro trabajo entonces seguramente deberemos ser más que agradecidos –repuse.
- Sí, eso mismo me pasa. Estoy muy agradecida por todo esto. Además, todo se lo debo a esa chica desconocida, la del tatuaje del Principito. Ella y su llegada inesperada de aquel día hizo que mi vida de algún modo tomara un cambio y aquí me tienes.

Tenía razón. Gracias a Lourdes y su encuentro casual en la vida con ella la-chica-de-los-piercings ahora se abría camino en su vida como una voluntaria ecologista conociendo países y personas. Pensé en ese hecho increíble que se produce cuando dos vidas se cruzan y alteran sus destinos. Pasa en el amor, en las amistades, hasta en las mismas desgracias.

Luego de un rato llegamos al hotel “El Delfín”. Era tal cual ella lo había descrito: pequeño, antiguo y muy bonito. Poseía un extenso jardín colmado de flores tropicales y unos cuantos bancos con ornamentas coloniales distribuidos en él. Supuse que sería encantador sentarse a contemplar los atardeceres tropicales en ellos. La fachada del edificio se mantenía bien conservada, las tejas eran de un rojo fuerte a la luz de los faroles. Tras entrar me registré y di mi maleta al botones. Mientras la chica me esperaba sentada dentro del automóvil. Una vez terminé el papeleo salí a despedirme.

- Debo agradecerte todo esto –dije-. Pero la verdad no sé cómo. Aún sigo sorprendido, no creas que se me ha pasado. Me parece irreal aún, pero si me pellizco sé que estoy aquí, en Colombia, a tú lado.
- ¿Ves?, lo más maravilloso de la vida es dejarse sorprender. Eso siempre le decía a un novio que tuve hace tiempo: “déjate sorprender por la vida, siempre” Pero él no lo hacía. Vivía enfrascado en sus problemas diarios por el trabajo, el dinero, el qué dirán, su automóvil, su club de tenis, y todos esos mandatos sociales que un día llegan a calcinarte hasta los huesos. Pero bueno, gracias a Dios yo no me embarqué en ese tren y ahora puedo disfrutar a pleno de mi vida.

Me quedé sopesando su manera de pensar mientras la observaba. No había ni media palabra que me pareciera fallida en su comentario. Al contrario, me encantaba su modo de pensar.

- ¿Volveremos a vernos? –pregunté.
- Depende de ti. Si lo deseas, sí.
- Lo deseo –dije.
- Entonces sí, ¿por qué no?

Arrancó el motor y enfiló hacia la salida despidiéndose con su mano.

Esa noche al acostarme percibía un aire fresco entrando desde el mar. Por vez primera estaba viviendo algo importante y fuerte en mi vida. Me había atrevido a aventurarme sin miedos, a no pensar, a no planificar nada salvo hotel y pasajes. Destellos luminosos procedentes del mar se colaban por la ventana y quedaban estampados en las blancas paredes de la habitación. La luna ahora iluminaba con más fuerza y con su lumbre hacía que todas las cosas tomaran un color plata. A lo lejos se escuchaban los trinos de algunos pájaros nocturnos y el ruiderío de los insectos que seguramente vivían en la abrumadora vegetación. Posé mis manos cruzadas sobre mi pecho y concentré mi mirada en el techo. Poco a poco el sueño fue ganando terreno y empujándome a dejarlo todo y rendirme a sus pies. Casi al dormirme una brisa logró mover las cortinas y reflejaron sombras sobre el techo. Me pareció ver el dibujo del Principito. Estaba sobre un baobab, sonriente, observando también la luna y las estrellas. Tal vez esa misma noche ambos mirábamos el mismo cielo y la misma luna.


(Continuará en un próximo capítulo...)



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(Imagen: http://28.media.tumblr.com/tumblr_ljkep5Ydyg1qe5o85o1_500.jpg )

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