Imperceptible (8)





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Jesús Domínguez esa mañana salió temprano. Era una mañana lluviosa, de las típicas mañanas grises en donde todo parece languidecer y se tiñe de una tristeza perpetua. Caminaba despacio, cabizbajo, sumergido en un mar de pensamientos arremolinados. Un camión pasó por la calle, y un ruido a mercadería saltando en su interior lo volvió por un instante a esa realidad que para algunos parece locura. Cada tanto una ventisca fría atraía un manto más denso de agua y empapaba con gusto. Los primeros transeúntes que poblaban las calles caminaban ensimismados, encorvados, tal como si el gris plomizo del cielo pusiera un enorme dedo sobre sus cabezas manteniéndolos casi en posición fetal, sin dejar erguirlos. Al llegar a la parada del colectivo terminó su recorrido. Esperó paciente hasta que el colectivo llegó.

La puerta del bar se abrió despacio. Jesús Domínguez ingresó cabizbajo, sin mirar a nadie ni a nada. Se ubicó en una mesa pegada a la vidriera. Desde ahí podía observarse toda la calle. Los automóviles parecían moverse en cámara lenta, las personas, debajo de sus paraguas, caminaban como si estuvieran aletargadas, en un sueño invernal profundo. Una tupida e insistente llovizna caía ahora mojándolo todo, penetrando profundamente en la tierra de las plazas, humedeciendo las paredes y confiriendo al pavimento un tono aceitoso y brillante. Pidió un café, un par de medialunas y sacó un libro del bolsillo: Risa en la oscuridad, de Vladimir Nabokov. Sorbía el café lentamente, degustando el sabor y almacenándolo en su memoria. Ahora la llovizna se transformaba en una lluvia densa, ya nadie caminaba por las veredas.

Dentro del bar eran unos pocos. Clientes habitués, un mozo, el cajero. El sonido de la máquina de café era la música de fondo. El olor a café el perfume. Mientras leía el libro su mente se poblaba de pensamientos. Imaginaba cada pasaje, pero no lograba compenetrarse con los personajes. Esa mañana estaba inquieto. Recordaba la charla que habíamos tenido la noche anterior: su pasado, su soledad, su adicción. Más no podía concentrarse en la lectura. Intentaba entender los primeros párrafos de un capítulo del libro donde un hombre engañaba a su mujer destrozando a su familia en pos de un par de piernas firmes y jóvenes y del irrefrenable deseo carnal, pero mientras más lo releía menos concentración adquiría y la historia se le escurría sin dejarle el sabor de la historia. ¡Cuánto desearía él enamorarse!, ¡cuánto quisiera tener una familia! Y aquel personaje del libro lo echaba todo a perder gracias a la carne frívola.

La puerta nuevamente se abrió. Esta vez con un poco más de ruido. La ventisca se coló dentro dejando un puñado de escalofríos en la piel de quienes estaban sentados a las mesas. Rebeca D. cerró el paraguas, observó la estancia y se sentó en la mesa contigua a Jesús Domínguez. Ella llevaba un pilotín color carmesí, su pelo recogido, su perfume Eclat D’Arpege y su rostro delicadamente maquillado. Enseguida llamó la atención de Jesús. Sin embargo éste siguió leyendo, pasando parsimoniosamente cada hoja como si el tiempo en aquel sitio dejara de existir. Se escrutaban cada tanto con miradas penetrantes. Él la observaba subrepticiamente. Ella tomaba café y cada tanto pitaba un cigarrillo. Él en cambio salía de la abstracción de la lectura para perderse en el embrujo de los encantos de esa chica guapa y llamativa que estaba en frente suyo.

- ¿Lees a Nabokov? –preguntó Rebeca D.

Jesús Domínguez se sobresaltó. Miró alrededor suyo y cayó en la cuenta que el único hombre del bar que leía un libro era él. Y justamente era un libro de Nabokov. Algo que en ese instante parecía habérsele olvidado.

- Sí, lo he comenzado hace poco –respondió él.
- Es un bonito libro, que cuenta una linda historia. Una real historia diría yo.
- ¿Sí?, pues hasta ahora me parece interesante, aunque no comparto en mucho la manera que el personaje masculino engaña a su esposa.
- El engaño es parte de esta vida –repuso ella- Tarde o temprano alguien te engañará. Si no es una mujer que hiera tú amor será un amigo o un ser querido. Nadie está exento del engaño. Es como un quiste metido dentro de nuestro ADN. Es imposible de extirpar.
- Pues no creo que sea tan así. Supongo que habrá personas que se comprometen a seguir ideales, a luchar por sus principios, a no dar tregua y dejarse vencer. Siempre he pensado así –dijo Jesús.
- Pareces un hombre pensante.
- Lo intento. A veces me aturdo. Pero lo intento.
- ¿Cómo te llamas? –preguntó ella mientras expulsaba de sus pulmones el humo del cigarrillo.
- Jesús Domínguez.
- ¿Sabes, Jesús? Es difícil encontrar hombres interesantes en la vida. ¡Ojo!, no lo digo a nivel masculino y estético, no, hablo de hombres con pensamientos y personalidades capaces de no sucumbir antes las tentaciones. Hombres que optan por seguir un camino y no se frenan ante el primer aguacero que les cae encima. Y cuando me encuentro con uno así no puedo callarme y tengo que decírselo.

Rebeca D. soltó volutas de humo al aire y casi mirando a través de ellas contempló como Jesús Domínguez la observaba impávido, como si toda aquella sarta de elogios metafóricos no hubiera perforado la carrocería blindada de su propio ego.

- Pues me considero un hombre normal –respondió él mientras daba una vuelta de hoja al libro- no creo ser ni más ni menos que otros.
- Pues deberías verlo desde un ángulo femenino –replicó ella. Desde aquí las cosas no se ven con las mismas tonalidades que un hombre las observa. Por lo general, y esto es un ejemplo, cuando un hombre ve a una mujer atractiva tiende enseguida a sucumbir ante sus encantos o a correr despavorido por miedo al rechazo. Se emboban, se dispersan, llegan hasta perder los puntos de vista y la mirada aguda con la cual, en otros momentos, son dignos de elogio o reparo. Y nosotras, cuando notamos eso, terminamos sucumbiendo y pensando que nuevamente algo falló. Que otra vez la historia se repite y no de la mejor manera ¿Entiendes? Por eso, cuando un hombre interesante se nos presenta y se mantiene en sus cabales y no se dispersa, sonreímos, nos alegramos y vemos en él una veta interesante, algo anormal al resto.
- Es una mirada interesante –respondió Jesús mientras cerraba el libro.

Con un suspiro Rebeca D. siguió fumando y mirando a través de la ventana. Ya no volvió a dirigirle la palabra. Observaba con languidez el caer de la llovizna. Sus ojos, tal dos luceros resplandecientes, emitían vivos destellos de vida. Tales destellos cautivaban a Jesús, que atónito ya no podía dejar de observar a esa mujer bella y con dialéctica. Después de unos minutos ella pagó la consumición y sin mirar ni despedirse de Jesús se marchó del bar. Él la siguió con la mirada hasta perderla de vista al doblar la esquina.

De una de las mesas un anciano de cara gorda y blanca, con un bigote diminuto y gris, hizo gesto de sentarse a su mesa. Jesús no se opuso, invitó con una seña al anciano a sentarse. Con una voz insólitamente agradable y suave, sin altibajos y dulce, el pequeño hombre le habló:

- Discúlpeme usted muchacho si me entrometo, pero he visto que ha estado dialogando con esa señorita muy bonita. Lo he observado por un rato y he decidido no callarme ¿Sabe usted que esa señorita viene a menudo a este bar?
- No, no lo sabía –respondió Jesús.
- Pues sí. Ella viene casi a diario. No sé bien en qué trabaja, pero siempre está charlando con un hombre distinto, fumando sus cigarrillos rubios y echando volutas de humo al aire. No quiero decirle con esto que sea una mala mujer, ¡oh, claro que no!, pero a mis años reconozco el poder del encanto femenino en los rostros de los hombres, y ella produce ese efecto. Si usted se mirase en este instante en un espejo entendería de qué le hablo –dijo el anciano.

Jesús se sintió cohibido. Por un instante una ráfaga acalorada traspasó todo su rostro y un síntoma de vergüenza se apoderó de él. El anciano de cara regordeta le observaba inmutado.

- Mire señor –repuso Jesús Domínguez- yo no sé quién es esa señorita, ni en qué trabaja, ni mucho menos. Tampoco me interesa nada de ello. Solo hemos tenido una conversación sobre el libro que estoy leyendo y nada más.
- Pues no lo tomes a mal, hijo. Solo he querido decirte algo que a un viejo como yo a esta altura de la vida no se le pasa por alto.

La mirada serena del viejo y sus arrugas benévolas dejaron pensativo por un instante a Jesús. En ese instante algo repiqueteó en su memoria y recordó la charla que él y yo habíamos tenido la noche anterior. La charla en donde yo le había mencionado a una mujer que me había cautivado ¿Acaso sería Rebeca D., la chica que sabía de Nabokov y expulsaba volutas de humo al fumar, la misma que yo le había mencionado? Tal vez sí, se dijo. Miró las pupilas del anciano, vio las rayas profundas y oscuras que salían de ellas y analizó un instante más la posibilidad de una súbita coincidencia. Era el mismo bar donde yo almorzaba todos los mediodías, él lo sabía, tal vez esa chica que yo había mencionado fuera la misma que había estado hablando con él. Sin dar más vueltas llamó al mozo, pagó la cuenta, tomó el libro y se marchó.

Cruzó la calle al trote. La lluvia no amainaba. Al llegar a la vereda de enfrente volteó y vio al anciano que lo observaba desde detrás de la vidriera del bar. Por un instante pareció ver un destello en los ojos del anciano, una luz de faro que iluminaba con un poco de claridad sus pensamientos entre tanta niebla y bruma en su mente. ¿Quién era esa chica?, ¿sería la misma? Sin querer atosigarse con preguntas que a ese punto comenzaron a parecerle absurdas siguió su marcha, ahora con rumbo a la pensión, en medio de uno que otro paraguas que protegían a sus dueños de una lluvia casi endemoniada.


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7 comentarios:

Anónimo dijo...

:O

muy buena, de rato regreso a leerme el capitulo anterior, cuidate mucho

byE

Unknown dijo...

@AVE DE ESTÍNFALO:

OK. Gracias.

SILVIA dijo...

Como ave de estinfalo, regreso al capítulo anterior. Un lujo leerte. Besos mil!!!

Unknown dijo...

@SILVIA:

Ok, amiga... siga leyendo :)

¡Beso!

SIL dijo...

Ahá...
Se abre un juego de interrogantes, si los despliego, estoy llenándote tres carillas con mis comentarios jajajaja...

Rebeca D. será el terremoto que desacomode la moral de piedra de Jesús...?
Pocos ancianos de mirada benévola se equivocan.
Pocos hombres no sucumben ante mujeres arrolladoras, aún se trate de las que primero fueron marcadas por un gran amigo.
El personaje del libro será más comprendido y menos juzgado por Jesús, ahora que (quizás) esté a punto de morder una manzana prohibida !!!!???¿¿¿???

El aroma del E CLAT D ARPEGE de Lanvin puede llegar a ser más peligroso que el de la manzana dulcísima de Eva !!:)

Basta.
Espero el capítulo que sigue.

Unknown dijo...

@SIL

Jajaja me causó gracia lo del juego de interrogantes :)

Leí el otro día, en el aniversario de Kapasulinos, que la prosa es algo a lo que te resistís, y me dije: y pensar que esta mujer en mi blog comenta todo lo que escribo y lo lee ¡todo! jajaja (y me alegro mucho por ello)

Es cierto lo que decís sobre que son pocos los hombres que no sucumben ante ese tipo de mujeres. Pero también creo que esos "pocos" lo hacen por ya haber sucumbido antes jajaja

Veamos como prosigue todo esto.

Beso

p.d. Ah, sí, E'Clat D'arpege, mi perfume favorito para una mujer...

SIL dijo...

Jajajaja!
Puedo leer en prosa...
No puedo escribir en prosa!!, porque cuando voy escribiendo, me sale el versito..., no puedo evitarlo.
Es un mal que alguna vez deberé corregir, pero a esta altura del campeonato, difícil será -es medio como tarde-

Los interrogantes son un defecto mío- VIVO preguntando cosas.
A niveles preocupantes.
Hasta en los comentarios !!!
En fin,es lo que hay!! :)

Otro beso.

SIL