Saint-Exupéry (tres)
TRES
[...] Llueve, es una de esas tardes grises en las que cae una llovizna incansable mojando todo lo que encuentra a su paso volviendo cualquier rincón sombrío. Estamos con mi madre tomando mates debajo de la galería y comiendo bizcochos salados. Cuando Elena Villalobos ceba mates podría decirse que posa para una fotografía. Junta sus dos diminutas piernas y sus zapatos quedan alineados. Luego endereza su espalda y vierte un fino e interminable chorro de agua caliente en el mate, con total concentración y sin distraerse ni un segundo. Sin embargo cuando toma el mate lo hace totalmente distraída mirando las hojas de la glicina, el sol o los pájaros. Puede decirse entonces que tiene dos estados: uno de total concentración y el otro todo lo contrario, en el cual fluye vaya a saber porque mundos.
Es abril, se acerca mi cumpleaños. Ayer dejé a la chica del tatuaje en el hostel y no he vuelto a saber de ella; pero eso no quiere decir que no sienta la curiosidad por saber de ella. Todo lo contrario, ¡qué más quisiera en este momento que saber de ella! Tomo los mates que ceba mi madre en completo silencio. Ella cada tanto habla de algo intentando disolver el silencio que yo me encargo de mantener a nuestro alrededor. Habla del precio de la verdura, de los canarios nuevos que compró doña Herminia nuestra vecina, o qué partes de la parra yo debería podar. Sé que se ha dado cuenta de mi silencio y más aún, de mis pensamientos también. Imposible escapar a su perspicacia.
- Deberías ir y ver a esa chica –dice descolgándose de los demás dichos.
Y entonces la miro y pienso que tiene razón. Pienso que una vez más me atrapó. Que si me quedo allí me volveré gris como el día y mi cerebro se fritará de tanto pensar. Saludo a mi madre con un beso y salgo a la calle en dirección al hostel “Roma”.
La llovizna me moja la campera pero no me importa. Cada tanto me gusta sentir la lluvia caerme encima. Me gusta percibir lo fresca y revitalizante que es. Camino despacio, de vez en cuando miro al cielo y un par de gotas me caen en los ojos. Me rio como un tonto cuando eso sucede. Entonces me imagino ser el cantante de Coldplay, en el video “Yellow”, cuando camina por la playa. Me parece escuchar la música y estar caminando por la playa. Veo todo el cielo gris hasta el horizonte. Nadie cerca de mí. Solo yo, la naturaleza, la lluvia y esa canción que tarareo bajito. Así camino las tres cuadras que me separan del hostel. Al llegar me parece estar frente a una construcción colonial, y el cartel, que tan bonito y grande se veía en días soleados, ahora me parece una vieja chapa de colores descoloridos. Dentro está la chica de los piercings. Concentrada, haciendo garabatos con una birome sobre un papel. Me acerco a la puerta de vidrio y golpeo con los nudillos. La chica al verme se sorprende y sobresalta. Me dice que está cerrado, que solo pueden pasar quienes se hospedan. Entonces le hago un par de muecas, algunas morisquetas y le sonrío. Hago uso de algunas de mis dotes de mimo. La chica se ríe y finalmente atiende la puerta.
- ¿Está loco? –me dice riendo y apoyando su dedo índice en la sien mientras mueve la mano.
- A veces –le respondo-, a veces suelo estar loco, sí.
- ¿Qué quiere?
- Solo una pregunta y me voy, tampoco quiero interrumpirte ¿Te acuerdas de la chica del otro día?, de la que vino conmigo.
- Sí. La chica de la mochila y pelo lacio.
- Esa misma, ¿aún está hospedada acá?
- Sí, pero ahora no está, salió. Aunque no debería darle esa información.
- No, no. No lo tomes a mal. Solo deseo saber eso porque necesito hablar con ella.
- Bueno, ya le dije que sí. Ahora puede irse, ya está cerrado y me compromete.
La chica de los piercings cerró la puerta a mis espaldas y echó llave. Decidí quedarme a esperar. Tarde o temprano la chica del tatuaje volvería al hostel. La lluvia amainó un poco. Yo ya estaba completamente empapado. Me senté debajo de un alero en frente del hostel mientras esperaba. Cerré los ojos y recordé algunos pasajes de mi adolescencia. Días de lluvia en los que volvía de alguna fiesta junto a mis amigos. Borrachos, extasiados, muy alegres. No había nada mejor que una bendita lluvia para momentos así. Podría decir que fueron buenos momentos, en los cuales comencé a conectarme con una parte muy profunda de mí ser. Aprendí por aquellos días que no era tan malo ser hijo único, y que en realidad, si se lo miraba bien, hasta resultaba ser ventajoso. Al cabo de una hora la lluvia había cesado por completo. El atardecer trajo rápidamente la oscuridad del cielo tras de sí. Tenía frío. Decidí que si la chica no aparecía en un rato volvería a casa a cambiarme de ropa y a leer un poco. Por aquellos días estaba leyendo algo de Kafka, creo que “El Proceso”.
Cuando ya estuve a punto de sucumbir en la espera vi aparecer un paraguas verde a lo lejos. Era ella, la chica del tatuaje. Lo bueno de su tatuaje era que nunca estaba sola, el personaje de Saint-Exupéry siempre viajaba en su antebrazo, con ella. No la dejaba sola ni a sol, ni a sombra. Cruzó la calle y al verme sentado debajo del alero se acercó.
- Hola… ¿qué haces aquí todo mojado? –preguntó sorprendida y con su sonrisa luminosa.
- Pues… te esperaba –dije sin pensarlo.
A veces no pienso demasiado las cosas que digo. Aquel fue un caso así. Respondí lo que me salió impulsivamente. Creo que a ella le gustó y percibió el impulso.
- ¿Sí?, ¿debo sentirme halagada?
- No lo sé ¿Te sientes halagada por mi espera? –pregunté.
- Pues… sí. Es lindo que alguien te espere ¡Y más bajo la lluvia!
- Tienes toda la razón del mundo.
Entonces ella cerró el paraguas verde y se sentó a mi lado, bajo el alero, a ver llegar el anochecer.
- ¿Puedo hacerte compañía?, no tengo nada que hacer en la habitación. Además, si has venido a hacerme compañía es un modo que devuelva tú gentileza –dijo riéndose.
- Claro. No me preguntes por qué, pero el hecho de sentirte cerca me da mucha serenidad. Es difícil de explicarlo, pero se siente como si me recostara sobre una alfombra mullida, de pelos largos y esponjosos, que invita al descanso con solo saber que está allí: cerca de uno.
- Me halagas con lo que me dices.
- Pues no es un cumplido, es la pura verdad.
- ¿Sientes frío?, estas empapado.
- Un poco. No tanto. Ya se me pasará.
- Ok. Cuando tengas frío me dices y subimos, y te presto una de mis remeras y una de mis camperas.
- Vivo cerca, no hace falta. Además mi talle no es tú talle –dije haciéndole un gesto de nuestra diferencia de físicos- aunque me agradaría que tuvieras ese gesto.
- ¿Crees que las personas hacemos las cosas por algún motivo especial?, me refiero a si lo que acabo de decirte tiene alguna consecuencia en mi beneficio, por ejemplo.
- Algunas creo que sí, otras creo que solo lo hacen porque así son, porque nacieron así, simples.
- ¿Y qué te parezco yo?
- Simple –respondí a secas.
Esa noche subí a su habitación y me prestó una remera (que me quedó completamente ajustada) y una gastada campera de jeans (que según ella había pertenecido a un ex novio). Metí mi ropa mojada en una bolsa. Me quedé hasta las diez de la noche charlando y tomando una gaseosa. Hablábamos de cosas ocultas. De lo que escondemos y no nos atrevemos de contar. De las cosas que son tabúes para uno mismo y de cómo lo manejaba cada uno. La charla era sumamente interesante. Ella hablaba y gesticulaba con mucha expresividad. Por momentos debo decir que me parecía una criatura completamente cautivante. Mientras duró la charla escuchábamos una música de los Beatles que llegaba de un par de habitaciones vecinas. Fue la primera vez que charlé de mis cosas con ella. Jamás pensé que podría abrirme tanto con alguien y contar así como así mis cosas. Al momento de irme me acompañó hasta la puerta. Nos dimos un beso en la mejilla y nos sonreímos como tontos. Así, parados bajo una noche cerrada y húmeda, prometimos volver a vernos. Al irme, tras haber hecho unos pocos metros, me gritó:
- Mi nombre es Lourdes.
Así fue como en 1992 conocí a Lourdes, la chica del tatuaje del Principito que usaba un paraguas color verde.
(Continuará en un próximo capítulo...)
(Imagen: tomada de la web desde Google, sin autor aparente)
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3 comentarios:
¡Me atrapó! Estoy deseando leer la continuación.
Un abrazo!!
@SILVIA:
Intentaré subir uno o dos capítulos semanales. Me gusta ésta historia, habla mucho de la simpleza de la vida y de sus personajes viviéndola.
Abrazo.
Lourdes nunca camina sola, por llevar ese tatuaje tan atrapante.
Creo que todos llevamos con nosotros algo tatuado,no necesariamente en la piel, que nos hace andar por la vida menos solos...
Beso y sigo.
SIL
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