Saint-Exupéry (dieciseis)



DIECISÉIS


Era sábado por la tarde y me disponía a tomar un café tendido en el sofá. Hacía poco rato había llovido y por la puerta del patio entraba olor a tierra mojada. Los pájaros revoloteaban y jugaban sobre la parra y poco a poco el cielo iba abriéndose y esparciendo sus nubes. En eso sonó el teléfono.

- Hola, ¿ya has vuelto? –dijo Marina Fernández del otro lado de la línea.

Posé la taza de café sobre la mesa ratona y me tendí en el sofá, con los pies apoyados sobre un respaldo y mi cabeza en el otro.

- Sí, he vuelto –dije un tanto melancólico.
- Te he echado de menos. No sé bien el porqué, pero los días en tú ausencia han sido largos y tediosos.

En ese instante recordé las palabras de Pérez. De repente todo parecía estar muy claro. Mi corazón comenzó a latir con más ánimo y las manos comenzaron a sudarme. Me incorporé en el sofá y mientras miraba el suelo proseguí la conversación.

- ¿Por qué crees que me has extrañado durante mi ausencia, Marina? –pregunté con cierta ansia que indudablemente ella pudo sopesar del otro lado de la línea.
- Ya te he dicho que no lo sé. Pero aún lo supiera no te lo diría por teléfono. En este momento no soy tú compañera de trabajo, soy tú amiga que te está llamando por teléfono a tú casa. Y eso es un gran diferencia. Creo que estando en este rol las cosas te las diría únicamente frente a frente y no a través de un teléfono o una computadora.
- Es cierto –respondí.
- ¿Quieres verme?
- Sí –dije sin dudar un instante.
- ¿Ahora?
- Ahora… ven a cenar…
- Ahí estaré.

Con un impulso me levanté del sofá, me calcé las zapatillas y tras agarrar la billetera salí rumbo al mercado a comprar mercaderías para hacer una rica cena. Mientras iba rumbo al mercado crucé por el frente del viejo hostel “Roma”. Yacía semi derrumbado, dando una apariencia tétrica al lugar. Detuve un instante el paso y contemplé con añoranza las ruinas. Al cabo de un instante proseguí camino y tuve la sensación que una sombra se había colado en mi espalda; una sombra que había huido de las ruinas y deseaba permanecer conmigo y no ser extinguida. Al llegar al mercado esa sensación se esfumó y entonces entré.

Compré unas cuantas cosas para hacer una rica cena, incluida una botella de vino blanco. Cenaríamos pescado, verduras al vapor, y de postre unos pequeños flanes de vainilla y chocolate. A eso de las nueve de la noche prendí unas cuantas velas en distintos lugares de la cocina y el comedor. Deseaba que el ambiente fuera ameno y un tanto especial. Tenía la impresión que eso le gustaría a ella. Cuando la cena casi estuvo lista sonó el timbre.

- ¿He sido puntual? –preguntó ella con una bonita sonrisa
- Sí, claro –respondí de manera estúpida.

Se mantuvo parada por un instante en la puerta y la contemplé con gran admiración. Vestía un vestido verde claro ajustado al cuerpo, un generoso escote, zapatos negros de tacos altos, el pelo con enormes bucles y su rostro solo contenía el justo detalle de maquillaje. De ella emanaba una frescura y una feminidad inquietante.

- ¿Pasa algo? –preguntó.
- No, nada, solo que estás muy linda –respondí.
- Gracias.

Entonces nos dimos un abrazo y un beso en la mejilla.

Esa noche después de cenar decidimos sacar un par de sillas y sentarnos debajo de la parra. Coloqué el vino en un balde de acero con hielo y nos sentamos a charlar y beber.

Bebíamos de a pequeños sorbos y por momentos no hablábamos de nada. Solo observábamos todo a nuestro alrededor en medio de la penumbra. A lo lejos podía escucharse cómo la ciudad comenzaba a dormirse. Por la calle no pasaba un alma. Parecía que lentamente el mundo comenzaba a detenerse y permanecía expectante a nuestra función privada.

- ¿En qué piensas? –le pregunté.
- Pienso en todo lo que ha pasado en este tiempo. Me refiero al tiempo que engloba nuestra relación. Desde el día que te conocí en el ascensor y estabas tan nervioso por tú nuevo puesto, la muerte de tú amigo, el progreso en tú puesto, en cómo se afianzó nuestra amistad y hemos pasado a ser amigos íntimos que se cuentan cosas que a otros no contarían… en todo eso pienso.
- ¿Y es bueno que pienses en ello?
- Lo es. Me gusta lo que pienso ¿Alguna vez has analizado si tus pensamientos te gustan o no?
- No, nunca. Solo pienso cosas y punto. No le doy demasiadas vueltas al asunto.
- En cambio yo sí analizo mucho mis pensamientos. A veces creo que pertenezco al subconjunto de personas que piensa en demasía. Me voy por las ramas, divago mucho. Hasta suelo sentirme presa de mis propios pensamiento. Sé que es algo negativo para cualquier personalidad, pero también sé que no es fácil dominar ese tipo de situaciones.

Acercó su copa de vino y con un gesto hizo que le sirviera más. Tomé la botella, la incliné lentamente y dejé caer el líquido dentro del vaso mientras le esbozaba una sonrisa.

- ¿Alguna vez has pensado en mí?, me refiero a si has pensado en mí en modo distinto a ser yo tú amiga.

Un calor subió de repente desde mis piernas hasta los pelos de mi cabeza. Ahora parecía que tanto la ciudad como el tiempo se habían detenido por completo y estaban complotados en mi contra.

- A decir verdad no –respondí con sinceridad.
- Lástima –dijo ella- pues yo sí lo he hecho.

Entonces bebió un par de sorbos de vino y ya no volvió a hablarme por un largo rato.
Pensé que si le hubiera dicho que sí, que pensaba a menudo en ella, tal vez no se habría plantado aquel profundo silencio entre ambos, pero no podía ser hipócrita. Me levanté de la silla y me puse en cuclillas a su lado. Tomé su mano, la acaricié y me quedé contemplando su rostro que ahora estaba la mitad alumbrado por la luz de la luna y la otra mitad sumido en la oscuridad que impartía la parra. En aquel modo de mirarnos podía verse claramente que no hacía falta decir muchas palabras para comunicar un sentido común. Al acariciar su mano su boca lentamente iba esbozando una sonrisa que expresaba su beneplácito a mi acción. Mi cabeza no pensaba en nada, solo me dejaba llevar por el momento y los hechos.

- ¿Quieres besarme? –preguntó ella.

Entonces me incorporé, tomé su rostro entre mis manos y comencé a besarla.

Después de besarnos por un instante entramos a mi habitación. No encendimos la luz. Tan solo abrí la ventana de par en par y dejé que el brillo de la luna reptara por el interior de la habitación dotando a las paredes de una textura grisácea y suave. Dejé caer las tiras de su vestido hasta que éste se deslizó suavemente, cayendo finalmente al piso. Tomé su pelo entre mis manos y lo acomodé sobre sus hombros. Podía ver el brillo de sus ojos alumbrado por la luz lunar. Sus labios resaltaban por su humedad y belleza. Quité lentamente su ropa interior. Podía sentir cómo su piel se erizaba y sus pezones lentamente comenzaban a ponerse erectos. En ese instante sentí que yo también tenía una erección y me fundí con ella en un abrazo mientras nos besábamos.

- ¿Te gusto? –me preguntó.
- Mucho –dije sin dejar de mirarla a los ojos.

Hicimos el amor un par de veces. Lo hicimos con fuerza, con ganas, con mucho deseo contenido. Su piel emanaba un exquisito olor y sabía exquisita. Casi al dormirnos la abracé por su cintura y posé mi rostro en sus hombros. Ella observaba la luna a través de la ventana.

- Eres un hombre lunar –dijo.
- ¿Un hombre lunar? –pregunté sorprendido.
- Sí. Vives en la luna, eres único. No lo tomes a mal, no lo digo con el fin de decirte que eres distraído. No. Eres un hombre único, a eso me refiero.
- No lo creo –dije- más bien creo ser común y corriente, y a veces un tanto introvertido.
- No, no lo eres. Eres especial.

Mientras hablaba ella seguía mirando fijamente la luna.

- Creo que habitas en el lado oscuro de la luna. Ese lado tan misterioso y que tanto llama la atención.
- ¿Tú crees?
- Sí. Te imagino como un caminante lunar que sale en los atardeceres a caminar en esa soledad y aun así tiene deseos de vivir y aprender de sus errores. Creo que desde el primer día que te conocí pienso así. Hay pocos hombres como tú.

Miré la luna y la contemplé por un rato. Me imaginé caminando por el lado oscuro, inmerso dentro de una profunda oscuridad, sin sonidos, sin vida alrededor, con mucho frío. Ese pensamiento me hizo sentir demasiado solo y triste. La abracé fuerte y acaricié sus pechos tibios. Ella acomodó su cuerpo al mío en un perfecto encastre. Pronto se durmió. Yo en cambio seguí contemplando la luna y pensando cómo escapar de aquel lado oscuro.


(Continuará en un próximo capítulo...)


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(Imagen: http://26.media.tumblr.com/tumblr_ljjaglNsG31qgtebzo1_500.jpg )

2 comentarios:

SIL dijo...

Si el lado oscuro de la luna registrara habitantes, nos sorprenderíamos de su populosa demografía, y hasta nos chocaríamos casi-todos en sus intrincadas calles, varias veces por noche...

¡cuántas historias de amor deben haber tenido origen ahí, y cuántas de desamor su desenlace!

Hermosísima esa metáfora,
es una figura invaluable- una joyita-

Beso, Errante

SIL

Unknown dijo...

@SIL:

A veces, muchas, en mi vida he visto la luna como un objeto suspendido de no muy buen aguero. En la literatura, muchas veces, se la asocia con el amor y los enamorados. Ese influjo que produce sobre nosotros me imagino que tiene distintos efectos. Así como en mí es distinto al de otros supongo que el personaje masculino en cuestión también tiene su lado débil con el astro dado que es de admirarlo y mucho.

Me da gusto que pases por acá... :)