Saint-Exupéry (treinta y cinco)





TREINTA y CINCO


Mientras el anciano avanzaba en dirección al comedor ambas mujeres lo seguían por detrás, guiadas por el andar del viejo pero sin pensamiento alguno en sus mentes. Avanzaron despacio. La mujer gorda cerró la puerta tras de sí, fue la última en ingresar a la casa. Al llegar al comedor Lourdes se detuvo en seco. El anciano hizo un gesto de que tomaran asiento, e inmediatamente cayó en la cuenta que también Esteban estaba en la habitación. La mirada de Lourdes y Esteban se cruzaron instantáneamente y así, tal como la hipnosis de ambas miradas los mantenía conectados, sus pensamientos individuales los pasearon a cada uno por aquellos días en los que se habían conocido. La mujer gorda y el anciano observaban la escena sin comprender. El anciano alzó la voz y habló, pero nadie pareció escuchar. La mujer gorda seguía observando la escena y se preguntaba qué estaría sucediendo. Enseguida reconoció a Esteban y cayó en la cuenta de que era ese mismo muchacho amable que había charlado con ella días atrás.

—¿Se conocen? —dijo el anciano alzando aún más su voz.

Entonces ambos jóvenes asintieron con la cabeza, e inmediatamente sonrieron. Lourdes acercó una de las sillas al lado de Esteban, se sentó, lo tomó de la mano y lo besó suavemente en la mejilla. Aquel beso tenía un dejo de dulzura y cariño que sorprendió a todos en la habitación.

—Pues ¿por qué no nos informan de cómo se conocen? —interrumpió la mujer gorda mientras también carraspeaba como intentando romper aquella conexión que los jóvenes mantenían entre sí.
—Parece que se conocen, y mucho -dijo el anciano a la mujer gorda mientras le sonreía.
—Pasa cada cosa rara últimamente.
—La verdad que sí, señora. A mí también me han pasado cosas muy raras estos días. Desde la llegada casual de Esteban hasta encontrarme con ustedes y el tema de la fotografía.

Entonces Esteban pareció salir del hechizo, y sin soltar la mano de Lourdes, preguntó:

—¿Qué fotografía?

Lourdes nerviosamente miró a todos en la habitación, y finalmente detuvo nuevamente la mirada en Esteban.

—Una fotografía que encontramos en un hotel en donde mi padre vacacionaba —respondió Lourdes. Estaba detrás de una vieja radio. La fotografía tenía la dirección de esta casa. Pero... ¿qué haces tú aquí?
—Lo mismo me estoy preguntando yo, Lourdes.
—Todo parece un gran enredo —dijo la mujer gorda.
—Pero tal vez no lo sea tanto —intervino el anciano. La fotografía que me acabas de mostrar, el hombre de la fotografía, lo conozco. En realidad lo conocí durante mi juventud. Pero a la mujer que está a su lado no. No sé quién es ella.
—O sea que usted conoció a mi padre —afirmó Lourdes. Eso indica que estoy avanzando en la búsqueda de mi pasado. 
—Así es —repuso la mujer gorda.
—¿Tú pasado?, ¿qué pasa con tú pasado? —preguntó Esteban mientras sonreía al observar el tatuaje de «El Principito» que Lourdes llevaba en su antebrazo.
—Es que me he encontrado con la gran sorpresa que mi padre ha llevado una doble vida. Ha tenido otra familia, al menos eso creo por la evidencia, y con ella —dijo señalando a la mujer gorda— que es mi compañera de viaje me he propuesto desentramar mi verdadero pasado. Todo lo que he investigado y he sabido sobre la doble vida de mi padre me ha traído a esta ciudad, como si todo hubiese empezado aquí, o en algún momento en este lugar hubieran pasado cosas importantes en su vida. La fotografía que encontré realmente me sorprendió. Jamás hubiera imaginado que mi padre tuviera otra mujer, y además un hijo.
—¿Un hijo? -preguntó Esteban.
—Sí, un supuesto hijo que sería mi supuesto hermano.

En ese instante todos callaron al mismo tiempo. Se hizo un silencio casi sepulcral en el recinto y las miradas iban y venían en todas direcciones cargadas de interrogación y sorpresa. Tanto Esteban como Lourdes parecían estar sumidos en una confusión que los mantenía en un plano distinto al del anciano y la mujer gorda. Sin embargo, en el anciano había ciertos destellos de entendimiento, un aura de claridad mental que hacía pensar que aquel hombre lentamente ataba cabos y empezaba a interpretar mejor aquella compleja situación que sucedía en su casa.

—¿Te gusta la casa? -preguntó el anciano a Lourdes, rompiendo así el silencio.
—Me encanta. Adoro ese jardín, sus plantas, la paz que hay en este sitio.
—Es lindo, ¿verdad?
—Sí, muy lindo. Quedé maravillada apenas la vi. No pude contenerme de la emoción y me aferré a la reja, y miraba tras de ella, como si fuera una posesa.
—Siempre he pensado que esta casa tiene algo especial. Me imagino que para sus antiguos dueños también era así... ¿qué opinas, Esteban? —dijo el viejo.

Esteban sobresaltado por la pregunta sonrió rápidamente y asintió con la cabeza:

—Sí, claro... me imagino que mis abuelos y mi madre fueron muy felices aquí.
—¿Tú madre?, ¿tus abuelos?, ¿no me digas que ellos vivieron aquí? —preguntó Lourdes.
—Sí, así es, y me enteré por estos días, al hablar con éste señor —dijo Esteban señalando con su dedo al anciano-. Él me ha contado parte de una historia de mi vida que también ha quedado un poco inconclusa, o mejor dicho, que jamás conocí.
—Somos dos entonces los que estamos a la deriva —dijo Lourdes sonriendo.
—Así parece —acotó Esteban.

A todo esto la mujer gorda preguntó al anciano si podían tomar mate, pues no habían desayunado. Entonces el viejo mientras asentía invitaba a la mujer gorda a pasar a la cocina.
Una vez solos, Lourdes y Esteban volvieron a cruzar la misma mirada que se sostuvieron al principio. Se volvieron a esfumar las palabras y se contemplaron sonrientes durante un rato. Lourdes no había soltado en ningún momento la mano de Esteban y aquello le pareció algo extraño pero a la vez cálido y tierno. No sentía la sensación de atracción hacia un hombre, sino hacia una persona que conocía mucho y extrañaba a horrores.

—¿Sabes que mi viaje se inició con tú búsqueda? —dijo Lourdes.
—¿Me buscabas?
—Sí. Todo empezó con ciertos sueños que tuve hace unos meses atrás. Sueños en donde te me aparecías y me hablabas. Sensaciones nocturnas de angustia y necesidad de encontrarte y saber de ti. Pero no sé por qué me sucedía eso. No puedo explicarlo. Y aunque me da un poco de pudor contártelo, es la pura verdad -dijo mientras sus mejillas se sonrojaban y apretaba fuertemente la mano que mantenía apresada a Esteban. Ahora que te he visto mi cabeza es una confusión total. En el camino, mientras comenzaba a buscarte, me he encontrado con esta novedad sobre mi padre y su doble vida, sobre una esposa que supuestamente amaba además de mi madre, y sobre un hermano que no conozco. Todo eso me ha hecho jirones el corazón. Hubo noches que he llorado amargamente contra la almohada. Pero no he claudicado. Gracias a esta buena mujer que se hizo compañera incansable y fiel a mi lado, me he abocado a descubrir toda la verdad. Necesito saber la verdad. Necesito encontrar las piezas del rompecabezas que mi padre fue desperdigando a lo largo de su vida por distintos lugares.

Entonces Esteban la abrazó y Lourdes rompió en llanto, sereno, sentido y profundo, sobre su hombro.



(Continuará en un próximo capítulo...)



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